“Ningún ser humano tiene mayores oportunidades ni contrae tantas responsabilidades y obligaciones como el médico. Necesita, en grandes dosis, capacidad técnica, conocimientos científicos y comprensión de los aspectos humanos… Se da por sentado que posee tacto, empatía y comprensión, ya que el paciente es algo más que un cúmulo de síntomas, signos, trastornos funcionales, daño de órganos y perturbación de emociones. El enfermo es un ser humano que tiene temores, alberga esperanzas y por ello busca alivio, ayuda y consuelo.”

T.R. Harrison. Tratado de Medicina Interna. 1ª edición. 1950.

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Juan Berenguel. Director de Orquesta. Óleo sobre lienzo 42×36 cm

 

William Osler, el gran maestro de la Medicina Interna estadounidense y mundial, predijo, en 1897, que durante el siglo XX la Medicina Interna sería la especialidad médica más completa, más solicitada y más gratificante, así como una elección vocacional excelente para los estudiantes de medicina.

Osler definía al internista como generalista plural y distinguido. La idea de que se trata de un médico con una visión amplia del paciente la subraya en dos palabras: generalista y plural. Pero, a la vez, incluye en su definición el concepto de profundidad de conocimientos con el adjetivo distinguido.

De acuerdo con la predicción de Osler, el prestigio de la Medicina Interna llegó a ser enorme. Los internistas ocupaban los cargos del máximo rango en la Universidad y en los Hospitales y a ello se aunaba, habitualmente, el papel de consultor de mayor prestigio, con el consiguiente triunfo económico y social.

En suma, el internista tenía dos características principales: por un lado, dada su profundidad de conocimientos, desempeñaba el papel de consultor de máximo rango; y, por otro lado, al ser generalista y plural, era capaz de ofrecer a sus pacientes una asistencia integral.

En España surgieron los personajes emblemáticos de Jiménez Díaz, Pedro Pons y Farreras Valentí, entre otros.

Sin embargo, en el último tercio del siglo pasado se inició el proceso de la disgregación de la Medicina Interna, de cuyo tronco común surgieron con fuerza diversas subespecialidades médicas.

El papel del consultor de máximo rango lo comenzó a ocupar el subespecialista. El público se olvidó progresivamente del internista general, para encumbrar, en su lugar, a los correspondientes cardiólogos, neumólogos, oncólogos…

A ello se sumó la aparición de una nueva figura, el especialista en Medicina Familiar (en 1969 se creó en EEUU el “Board of Family Practice”), que comparte con el internista su segunda faceta, es decir, la asistencia integral. La función del internista parecía haberse vaciado de contenido y la crisis quedaba configurada de modo definitivo.

No es extraño que nos llegásemos a preguntar si sería necesario, en el futuro, el internista o, por el contrario, como señalaban algunos, era una figura en extinción.

Desde las páginas del Diario Médico, en marzo de 2001, Ciril Rozman contestó a esta pregunta como sigue:

”Desde el convencimiento de que no volverá a producirse la situación que protagonizaron los grandes maestros de la Medicina Interna que nos precedieron, apuesto por la vigencia futura del internismo (…) Me atrevo a augurar que en el siglo XXI el internista va a seguir siendo necesario, debido a que es capaz de ofrecer mejor que nadie una asistencia integral al paciente, y por tanto, más satisfactoria para él, desenvolverse con eficacia en el ámbito de la complejidad e incertidumbre, y desarrollar su labor eficiente en el terreno económico”.

La medicina del siglo XXI [suplemento]. Diario Médico, 2 de marzo de 2001.

Sus vaticinios se han cumplido con creces, hasta el punto de que hoy, el propio Rozman se atreve a calificar a la Medicina Interna como una especialidad imprescindible.

Por un lado, cada vez es mayor el número de pacientes que hartos de peregrinar de especialista en especialista reclaman al internista para que actúe como director de orquesta a la hora de plantear su atención sanitaria.

Pero hay más. Se está avecinando una profunda reforma del sistema MIR que va a aumentar la importancia de la Medicina Interna, no solo en la vertiente asistencial, sino también en la docente. La ley 44/2003 de 21 de noviembre, de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS) señala en su artículo 19, entre otras disposiciones, que “las especialidades se agruparán, cuando ello proceda, atendiendo a los criterios de troncalidad”.

Reconocer la existencia de un gran tronco de la Medicina Interna, compuesto por la Medicina Interna general y sus subespecialidades, va a facilitar la cohesión de los departamentos médicos a la hora de planificar las tareas asistenciales. Por otro lado, en la supervisión de la formación troncal, de dos años de duración, el papel de los internistas va a ser forzosamente relevante.

Por último, además de en la asistencia y en la docencia, la Medicina Interna está dando grandes frutos en el ámbito de la investigación. Y ello tiene que ver con el hecho de que se haya abandonado la antigua idea según la cual se podía investigar en todos los campos de esta amplísima especialidad. Para que la tarea investigadora sea seria, es preciso escoger una o unas pocas líneas específicas. De hecho, en España existen ya bastantes internistas, quienes sin abandonar su dedicación asistencial generalista, tienen una producción científica de primer nivel.

A ese cambio de mentalidad ha contribuido también la pujante Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI) con la creación de numerosos grupos de trabajo (insuficiencia cardiaca, riesgo vascular, enfermedad tromboembólica, obesidad y diabetes tipo 2, osteoporosis, enfermedades autoinmunes, EPOC,…), lo que facilita la investigación multicéntrica y el trabajo en equipo entre los distintos profesionales.

 

La combinación de conocimientos médicos, intuición, experiencia y buen juicio define el arte de la medicina, que tiene la misma trascendencia que la de una ciencia de firmes fundamentos.

 


Fuentes:

1. Harrison. Principios de Medicina Interna. 16ª edición. Ed. Mc Graw Hill

2. Farreras-Rozman. Medicina Interna. 14ª edición. Ed. Harcuort.

3. http://juanberenguel.com/

 

 

¿Por qué este audio?

Salut d’Amour, Op. 12, es una obra musical creada por el compositor inglés Edward Elgar en 1888, originalmente escrita para violín y piano.

Elgar concluyó la pieza en 1888, cuando estaba comprometido para contraer matrimonio con Caroline Alice Roberts y llamó a la obra «Liebesgruss» («Saludo de amor») debido a la soltura que tenía Alice con el alemán. Cuando regresó a Londres tras sus vacaciones, le mostró a Alice su obra como regalo de compromiso.

La dedicatoria estaba en francés «à Carice». «Carice» era una combinación de los nombres de su esposa, Caroline Alice, y fue el nombre que dieron a su hija, nacida dos años después.

Fue publicada por Schott & Co. un año más tarde y las primeras ediciones fueron para violín y piano, piano solo, violonchelo y piano, y para pequeña orquesta. Se vendieron pocas copias, hasta que la editorial cambió el título por Salut d’Amour, dejando «Liebesgruss» como subtítulo, y el nombre del compositor como «Ed. Elgar». Elgar se dio cuenta de que el título en francés ayudaría a que la obra fuera vendida, no solo en Francia,sino en otros países europeos.

La primera representación pública de la obra fue en su versión orquestal y tuvo lugar en un concierto en The Crystal Palace el 11 de noviembre de 1889, dirigido por August Manns.

La más clásica las especialidades médicas merece una tierna historia de amor engalanada con uno de los más dulces sonidos del repertorio internacional.

 

Esta información está proporcionada por medicointernista.es y no es su intención reemplazar el consejo del médico o del profesional de la salud. Por favor, consulte a su médico sobre cualquier condición médica específica. Última modificación: 15 de abril de 2015 a las 16:03 h.

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